martes, 26 de octubre de 2004

El dios de la lluvia vela por Muniellos

Félix Población

Para quienes hicimos de aquella comarca territorio de arraigo y vínculo con lo más emocional que pueda darse en el hombre de identificación con su tierra, las llamas de Muniellos, levantadas como un presagio de fatídica catástrofe el pasado fin de semana, nos helaron el corazón.

Al margen del origen que motivó el incendio –al parecer provocado-, no pude evitar ante la noticia una especie de aciago presentimiento –otro más- sobre el porvenir de nuestro planeta. Cuesta admitir sin una cierta aprensión fatalista que los bosques sagrados de la Asturias interior y profunda, donde el aliento de la niebla se espesa en el aire hasta encharcar el alba, ardan en otoño.

Lo sé por haberlo sentido y disfrutado verano tras verano como una cita regular y pasional de adhesión y comunicación con la Naturaleza. Asturias puede ofrecer al mundo tal privilegio en ése y otros rincones cada vez menos perdidos de su geografía. Bien a pedal, por sus pequeñas carreteras de montaña, o andando por trochas y cordales, conozco aquellos caminos y el umbrío sosiego de los senderos que llevan a las Fuentes del Narcea, entre la mágica pulcritud de quimera y vida abrazadas que destila la espesura de las hayas.

No creo que la vieja oposición a la declaración de parque natural de la zona tenga que ver con la causa del incendio. Las cien hectáreas arrasadas en Larón, en las inmediaciones del puerto de Rañadoiro, repobladas de roble y abedul, son de propiedad vecinal y parece lógico suponer su defensa por parte de los lugareños.

Los casi sesenta kilómetros cuadrados del bosque de Muniellos son desde el año 2000 Reserva de la Biosfera, según declaración de la UNESCO. Al lugar sólo se accede previa petición muy adelantada de fecha y en grupos que no superan al día las veinte personas. Eso otorga al visitante, al que se le ruega la máxima discreción y silencio desde que accede al recinto a primera hora de la mañana, una integración y concentración casi panteistas con el entorno.

La ruta desde Tablizas a las Lagunas, a mil cuatrocientos metros de altitud, es inolvidable. Para quien tenga la suerte de ver levantarse el día, a medida que el cortinaje azulino de la bruma se va difuminando sobre la inmensa masa forestal, el itinerario les resultará digno de la mejor memoria. Mi hija Alicia, que lo hizo con siete años, describe ese recuerdo como una de sus más importantes maravillas personales. Es un bosque de sueño que se anda despierto, dijo entonces, al final de una radiante jornada, mientras nos mojábamos los cansados pies en las aguas frías y transparentes del río Tablizas, a la orilla de las truchas saltarinas y entre charquitos de lodo con salamandras y tritones.

Muniellos, cuyo nombre obedece a la expresión asturiana muniechas (comadrejas, muy abundantes en la zona), acoge el robledal más extenso de Europa. En sus valles y laderas resisten como testimonio de un ecosistema privilegiado nueve especies de fauna y seis de flora amenazadas de extinción. Sobreviven allí quince mil especies de invertebrados y casi doscientas de vertebrados. Su emplazamiento, su protección y su proyección como foco de civilidad y cultura no deben estar a expensas del mínimo riesgo que contribuya a reducir o diezmar tan singular santuario de vida.

El pasado fin de semana Muniellos y las Fuentes del Narcea perdieron una superficie total equivalente a trescientos campos de fútbol de bosque autóctono. Las altas temperaturas, el soplo inoportuno del viento del sur y las escarpaduras del terreno hicieron muy laboriosas las tareas de extinción. Sólo la providencial llegada de las lluvias al otoño asturiano impidió lo peor. Fue como una bendición del cielo, dijo el director general de Seguridad Pública del Principado, por buen nombre Francisco de Asís.

Pero el valor y las trascendencia de Muniellos no pueden quedar a expensas de esos prodigios redentores. El gobierno regional debe preservar ese bosque de sueño con las máximas medidas de seguridad para que las próximas generaciones puedan andarlo y vivirlo despiertas. Lo ocurrido supone una seria advertencia que no debe quedar al albur de las nubes. Sólo despiertos es posible velar porque el sueño viva y nos haga revivir siempre.

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