martes, 22 de noviembre de 2005

Monseñor Blázquez, la LOE y el Evangelio

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Lazarillo

Llevaba mucho tiempo callado el presidente de la Conferencia Episcopal Española. Las obligaciones de su cargo le impusieron que hablara ayer en el discurso de apertura de la asamblea plenaria de obispos. Monseñor Blázquez se atuvo en todo momento a las exigencias del guión.

Confía en un acuerdo final con el gobierno para que la Ley Orgánica de Educación acate lo que la católica iglesia demanda: que los centros concertados puedan elegir a sus alumnos, que la asignatura de religión tenga carácter fundamental y que los profesores de tal asignatura sean empleados del Estado aunque los elijan o sustituyan los señores obispos.

Nada de eso tiene vigencia en los países de nuestro entorno y si se apela a los acuerdos con la Santa Sede del 3 de enero de 1979 habrá que convenir que los mismos, sobre la base de otros precedentes, se amparaban más en los privilegios derivados del pasado que en lo prescrito en el nuevo ordenamiento constitucional aprobado meses antes.

Lo dicho ayer por el obispo de Bilbao, con un lenguaje más comedido y menos explícito, viene a ratificar lo que su secretario general expresó hace días, que los proyectos legislativos del Gobierno se basan en una filosofía que no coincide con elementos fundamentales de la visión cristiana de siempre de las cosas. Es decir, que el resquemor de la católica iglesia obedece a que el ejecutivo de un país aconfesional como el nuestro, como ha señalado el profesor Santos Juliá, prescinde por completo de la perspectiva teológica, a diferencia de lo que ocurriera con el viejo régimen.

Lo más llamativo con todo del discurso de monseñor Blázquez no ha sido, por sobradamente conocido, lo reiterado por otros de sus colegas a base de pancarta y homilía. Más significativo me pareció escuchar de sus labios que el Concilio Vaticano II nos invita a proponer el Evangelio y su verdad amablemente.

Esas palabras, con una emisora como la de la Conferencia Episcopal echando pestes desde la discordia cainita y una cerrazón dogmática por parte de la institución en contra del preservativo -mientras se incrementan por millones las muertes por sida en el mundo-, esas palabras, monseñor, no deberían pronunciarse en vano.

2 comentarios:

Carol Crisosto dijo...

Dejemos que Dios sea Dios
en cada uno.
Sin embargo cuando se cierran los ojos a una realidad que no nos gusta .............
no podemos avanzar por el camino del Evangelio, no basta que sea el Obispo quien tome la palabra.. Jerarquicamente pesa su voz:
pero es invalido ante un Cristo que nos interpela a traves del Sida.

Anónimo dijo...

Yo creo que ya está bien de comulgar con ruedas de molino. ¿Qué es eso de que los padres elijan lo que se les enseña a sus hijos? ¿Es que los hijos pertenecen a los padres como el perro o el Rolex?
No, el ser humano es el único ser cuya realidad es suidad, esto es, que se posee reduplicativamente, así que ya es hora de desterrar el mito de la autoridad paterna. Un padre no puede tener la misma libertad para elegir el color de su camisa que para decidir que a su hijo se le enseñe alquimia o canivalismo. No puede tener libertad para que a su hijo se le adoctrine según el Raelismo o según la doctrina católica.
Es una falacia total y completa producto del posmodernismo más abyecto la idea de que en democracia todo tiene el mismo valor y que la misma legitimidad tiene el que quiere para su hijo una enseñanza en la moral católica que en la ética laica que sostiene nuestra Constitución. Y es que si todo vale y toda opinión es respetable entonces perfectamente podemos igualar democracia a dictadura y anular toda legitimidad a nuestro régimen de gobierno.
No, no todo vale. Y no es excusa el origen de los fondos que paga la educación. Es una falacia la asunción de que porque un recinto escolar esté pagado del bolsillo de un señor partícular entonces queda legitimada cualquier cosa que allí se enseñe; si enseña la física de Aristóteles como si enseña la de Einstein, si enseña creacionismo como si enseña la teoría sintética.
Que no y que no. Vivir en una democracia es vivir según unos valores muy determinados y precisos no sujetos a discusión. Y el que quiera desertar que dé un golpe de estado o se exilie.

Vivir en democracia implica:

1- Reconocer que los enunciados políticos recaban su verdad del contraste con la voluntad mayoritariamente expresada.
Es decir, la verdad política es la voluntad del pueblo.

2- Que el contenido de la educación de los vástagos -lo que se tiene que enseñar en una escuela- no es un enunciado político sino científico, como lo es el valor de pi o la distancia de la Tierra a la Luna. Por lo tanto que lo que la voluntad popular dictamine no sirve para nada en el ámbito de la educación.

3- Que tal contenido tiene por tanto que venir dictaminado por un consejo técnico de expertos en educación que dilucidarán qué asignaturas tienen que impartirse siguiendo los siguientes criterios:

a) El respeto a la Constitución.
b) Por ende que difunda valores laicos, es decir, los Derechos Humanos y en concreto que el hombre jamás es un medio, sino siempre un fin en sí mismo.
c) Que sólo puedan ser contenidos compartibles por todos los alumnos. Se quiere decir que sean verdades cuyas evidencias sean de naturaleza universalizable, no de naturaleza privada. Por tanto se incluye todo el saber científico, historiográfico y filosófico y se excluyen las verdades de fe y las basadas en la confianza en cierta persona o en lo que "papá" diga que me conviene.

4- La religión, como sistema de verdades basadas en la fe, y siempre que su contenido no contradiga la Constitución ni la ética laica, podrá ser enseñada con libertad por aquellas asociaciones religiosas que lo deseen en los centros o templos que consideren oportunos. Tal educación no tendrá valor ni efecto oficial alguno.

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